domingo, 12 de junio de 2011

Amelia

Amelia me dejó y yo no sé qué hacer.

Trato de hacer lo que sea para distraerme. Desde leer el último libro de autoayuda de la librería de abajo hasta mirar como el perro mastica los cordones de mis zapatos nuevos. Intento no tener tiempo siquiera para mirarme en el espejo.

Cuando me quedo sin pasatiempos, duermo. Duermo hasta que la ropa en el tendedero se seca y se vuelve a mojar. Duermo hasta que tengo que pedirles prestadas horas de sueño a los restantes días del mes, o del año, mejor dicho.

Mi mamá dice que me entiende, pero sé que no lo hace. Veo como me mira, como me miran todos. El vecino cree que estoy loco, y sinceramente, ¿cómo culparlo?

Me gusta oler las paredes para atrapar un poquito de lo que queda del perfume de Amelia. Imito lo que le gustaba hacer enfrente de la ventana cuando llovía. Miro sus fotos hasta que caigo dormido de nuevo. Trato pero no puedo, y sigo soñando con ella.

Pasaron dos meses ya, y me dicen que me busque a otra.

No quiero, no puedo. Siento tristeza, ilusión, miedo, odio. Un ser humano no debería tener el privilegio de sentir tanto al mismo tiempo.

Las lágrimas me dejaron las mejillas rasposas y negras. Me harté de llorar, me harté de extrañarla.

Amelia era una gata siamesa de 2 años que me había cuidado desde pequeñita, y me dejó.

Amelia me dejó, y yo no sé qué hacer.

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