martes, 27 de marzo de 2012

Tiempo Invertido

Miro por la ventana los rostros desdibujados de la felicidad que nos acompañaba.

Afuera llueve.

Las agujas del reloj corren hacia atrás, trayendo el frío con el nuevo mes.

Las paredes se sienten vacías, conservando la marca de las fotografías que cubrían los huecos de un paraíso sin nombre.

Los pasos retumban en los pasillos, dejando tras de sí una bruma inmensurable de calidez imaginaria.

La ropa llena la entrada, y los cajones se llenan de quejas dichas a gritos de silencio, sin fuerza y sin luz.

Recuerdo cada momento. Grabado tengo lo malo, y especialmente lo bueno. No por consuelo, ni siquiera por aprecio.

Trato de reunir valor para vaciar mi dedo anular de las brillantes promesas que nos dijimos cuando las estaciones del año no estaban al revés.

Su nombre de artista resuena en las paredes desgastadas de sonrisas vencidas, de besos olvidados y futuros perdidos.

Junto lo poco que me quedaba, que no había dado bajo el encanto de la ilusión, lo único que seguía siendo mío, no nuestro. Nunca nuestro.

Alzo mis valijas, y dejo la carta de solo una línea encima de la mesa que nos regalaron cuando solíamos ser algo más que unos desconocidos bajo el mismo apellido.

La puerta se cierra con sorprendente facilidad.

El viento azota mi cara, y siento las primeras gotas de primavera recordarme que no siempre todo es como se supone que tiene que ser.

Recuerdo cuando no era necesario conocer el nombre para saber el porqué, cuando sin una verdadera razón podíamos confiar en que nos decíamos la verdad, cuando no debíamos apoyarnos en otros brazos para recordar el significado de las épocas del año.

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